2025-04-12




















Arhiva :
La catástrofe ferroviaria de Ciurea
(2011-01-02)
Última actualización: 2011-01-10 12:28 EET
Ciurea_1917 La noche del 31 de diciembre de 1916 al 1 de enero de 1917 debería haber sido una Noche Vieja con un poco de alegría, en medio de un dificilísimo período de guerra y privaciones.
Pero, aquella noche, ocurrió la más grande tragedia en la historia del Ferrocarril Rumano y para los viajeros que habían tomado el tren, entre las ciudades moldavas de Barlad y Iasi.
En una pendiente, cerca de la estación de Ciurea, a escasa distancia, al Sur de la ciudad de Iasi, el tren cogió una velocidad extremadamente grande y descarriló.
En dicho accidente, perecieron, según las estimaciones, un millar de personas.
El número exacto de las víctimas no se conoce, dado que el gobierno no quiso ofrecer demasiados detalles, para no desmoralizar a una población ya seriamente afectada por cómo marchaba la guerra.
Dumitru Done Tăutu, en aquel entonces jóven alférez en el frente de Moldavia, se encontraba de permiso y viajaba, junto con su tío, coronel del ejército, hacia la zona de donde era natural, esto es el Norte de Moldavia.
El tren salió de Barlad a las 12, a mediodía, hacia Iasi.
Los vagones se encontraban atestados de gente, civiles y militares, hombres, mujeres, niños, ancianos. Los soldados se habían encaramado al techo, pero los había también en las escalerillas, en los tapones y en los frenos.
En cada estación, subían más y más personas, civiles y militares, abarrotando los vagones.
De los supervivientes, Tăutu fue el único que llegó a grabar, en cinta magnética, sus recuerdos, en el año 1979. En el año 1996, el Centro de Historia Oral de la Radiodifusión Rumana le encontró a los 102 años de edad y copió sus grabaciones.


Tăutu cuenta el comienzo de aquel viaje de pesadilla.
“Encontramos, como por milagro, dos asientos libres, uno al lado del otro, en medio de un vagon de segunda, que se encontraba en la mitad de la composición del tren. Nos pusimos muy contentos, puesto que sabíamos lo que duraban el viaje y las paradas por las diferentes estaciones de ferrocarril. A nuestro lado, estuvo un capitán, que decidió abandonar el vagón, para ver si encontraba una plaza en el coche cama. El tren era muy largo, con una mixtura de vagones : coches cama, vagones para misiones militares extranjeras,vagón-restaurante, vagones de tercera clase,.. y lo arrastraban dos locomotoras. En los vagones de primera y segunda clase, había calefacción con radiadores, mientras que, en los de tercer,a había estufas con carbón. Como alumbrado, había lámparas de petróleo. A las 15 horas, tras tres largas horas de espera, el tren se puso en marcha.”

A la una de la noche, en la Noche Vieja del 1917, tras recorrer un centenar de kilómetros, en un lapso de 13 horas, el tren llega a la pendiente de Ciurea.


Tăutu recuerda así el comienzo del fin de aquel viaje del tren.
“Al principio, la velocidad siguió siendo normal, pero, en, un determinado momento, comenzó a aumentar, gradualmente, hasta que llegó a dar vértigo. Aturdido por el sueño, yo me imaginaba que estaba en un avión. Nadie se daba cuenta de lo que pasaba. Los maletas comenzaron a caernos encima, las ruedas ya casi no tocaban los rieles. Los viajeros se despertaron entre sustos y sobresaltos. Nadie tirño la señal de alarma. Los frenos no funcionaron a causa de la multitud de militares cobijados por las cabinas, desde donde los mismos se accionaban. A causa de la velocidad, los que se encontraban en el techo cayeron en la abundante nieve, y así se salvaron ilesos. En la estación de Ciurea, la primera locomotora se inscribió, en las agujas, en la otra línea, mientras que, la segunda locomotora descarriló y todos los vagones le vienieron encima. Fue algo apocalíptico. Nuestro vagón se quedó, repentinamente, sin suelo, ni ventanillas, los canapés se comprimieron como un fuelle de acordeón, la lámpara del techo se desprendió y, junto con las maletas, nos cayeron encima. Y cabe señalar que nuestro vagón tuvo suerte.”

Tăutu consiguió salirse del vagón, junto con su tío. Los dos tuvieron tiempo para tomarse las maletas, los mantos y los sables. El paisaje era desolador : vagones vocados con las ruedas arriba, contorsionados, gritos y gemidos, un vagón prendió fuego y las llamas se extendieron rápidamente a los demás vagones.
“Alaridos de terror y dolor rompieron el silencio de aquel Año Nuevo 1917. Comenzamos a dar los primeros auxilios a los heridos. Pero, heridos había por todas partes. Las llamas se acercaban con fuerza y los que se encontraban atrapados bajo la chatarra, pedían que se les cortaran manos o piernas para poderse librar de allí y no arder vivos. Los canapés, los banquillos, los radiadores fueron verdaderos ataúdes para los viajeros. En un coche cama, vimos un cadáver que pendía por la ventanilla, era el capitán que había abandonado nuestro vagón. Transcurrida media hora, las llamas hicieron presa de gran parte del tren. Y de repente, una explosión inimaginable remató el lugar del siniestro. Un tren, que se encontraba en una línea contigua, recargado de munción, voló por los aires : la munición hizo explosión por simpatía. Así, el desastre llegó a ser completo. A causa de las pequeñas explosiones que se venían sucediendo, morían, también, muchos de los integrantes de los equipos de rescate.”

Los cadáveres fueron llevados al andén de la estación para su identificación.
Unos 300 supervivientes fueron trasladados a la ciudad de Iasi.
Las causas del accidente fueron de índole circunstancial, la guerra siendo la principal, pero también, el pánico, del que fueron presas los hombres, les quitó el uso de la razón.
 
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