2025-04-12




















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No hay odio, sino convivencia pacífica en Targu Mures
(2010-03-22)
Última actualización: 2010-03-26 20:35 EET
Después de centrar la atención del mundo entero por el número de las víctimas de la Revolución del mes de diciembre de 1989, Rumanía volvía a ocupar las primeras planas de los periódicos internacionales el mes de marzo de 1990.
En esta fecha, en Targu Mures, los conflictos interétnicos rumano-húngaros, que se saldaron con muertos y heridos, mostraban el tamaño del odio sembrado por el comunismo entre los seres humanos.
Los dos decenios transcurridos han cerrado las heridas y han enseñado tanto a los rumanos como a los húngaros que la única solución es la convivencia pacífica.


La historia de la comunidad húngara de Rumanía empieza 1100 años atrás, más exactamente en el año 890, cuando la población guerrera migratoria de los húngaros conquistaba el espacio del interior del arco Carpático.

Una rama distinta de los húngaros, los así llamados “secui”, quienes se constituyeron en regimentos de guardafronteras, fueron colonizados en los Cárpatos Orientales, la frontera oriental de la Hungría medieval.

En 1918, inmediatamente después del desintegración de Austro-Hungría, la minoría húngara se encontraba en medio de la Rumanía Grande.
La administración rumana, al igual que todas las administraciones nacionales no fue muy amistosa con las minorías, especialmente con la minoría húngara.
Las agresiones de la Segunda Guerra Mundial en contra de los rumanos de la parte norte de Transilvania, región ocupada por los húngaros, ha mantenido vivos los recuerdos del conflicto y del odio.
Ni siquiera el régimen comunista pudo borrar estos recuerdos durante los 45 años de dominación.
Aún más, los proyectos económicos del régimen comunista, percibidos como una política de rumanización, llegaron a la minoría húngara que los interpretó como una violación de sus valores culturales.

En 1990, en Targu Mures, después de una demostración con motivo del día de 15 de marzo, fecha en que se celebra el día de los húngaros de por doquier, los rumanos y los húngaros iniciaron un conflicto abierto, que fue una de las más tristes y lamentables páginas de la nueva democracia rumana. En este conflicto perdieron la vida seis personas, tres húngaros y tres rumanos. Las manipulaciones no faltaban, por ejemplo el caso del rumano Mihai Cofar, golpeado brutalmente por los húngaros, en medio de la calle, fue presentado por la prensa internacional como el caso de un húngaro pegado por rumanos.

Junto con el historiador y politólogo Daniel Barbu, de la Universidad de Bucarest, hemos pasado revista a las circunstancias anteriores al estallido de dicho conflicto.

“Cierta efervescencia en el seno de la población hungarohablante de Transilvania tuvo lugar como consecuencia de la política de la última década de los ’80, que justificadamente o no, la afectaba. Se trataba de la restructuración de las aldeas, de modo especial de la zona en que vivía esta población húngara en territorio de Rumanía. Cabe mencionar que se trataba de una población rural, que se dedicaba a las faenas agrícolas. Es suficiente recordar lo célebre que son el aguardiente de la zona o el modo en que se guisan las patatas allí. El tema de la restructuración rural, tal como se aplicaba bajo la forma de la sistematización de las aldeas fue percibida por los húngaros como un intento de suprimir sus tradiciones locales. Hubo un tipo de espera por parte de esta población y un sentimiento de liberación, que les hizo abrigar la esperanza de que esta identidad amenazada podía ser curada y recuperada.”

¿Había manera de evitar aquel conflicto? Nuestro interlocutor piensa que esto no era posible.

“Este conflicto nacio, por un lado porque los húngaros, pensando que las amenazas pasaron, decidieron que había llegado el momento de reconstruir su propia identidad, y por otro lado los rumanos tenían el sentimiento de que estaban al amparo del estado nacional. Así nacio este conflicto inevitable. Lo lamentable es que no tuvo formas discursivas. Era preferible que se tratase de un conflicto basado en diálogo, en ideas. Desgraciadamente tuvo la forma más brutal, la de la violencia. Existe la sospecha de que se trató de una instigación, porque inmediatamente después de este conflicto se echaron los cimientos del Servicio Rumano de Inteligencia. He aquí cómo un conflicto de Targu Mures mostró a las autoridades de aquel entonces que un servicio que tomase parte de las atribuciones de la ex Securitate era sumamente importante. Existe esta sospecha de que los representantes de la ex Securitate provocaron este conflicto para justificar la necesidad de una existencia reinventada y estas sospechas no se disiparon del todo.”

¿Es posible que lo ocurrido entonces se repitiera? No, nuestro interlocutor, Daniel Barbu, piensa que esta posibilidad no existe.

“No llegamos a un grado de madurez radicalmente distinto en comparación con el nivel de 1990. No creo que se pueda repetir un conflicto igual. En cuanto a la conducta social actual, creo que las dos comunidades rumana y húngara han aprendido, y esto ya es bastante, vivir la una al lado de la otra. No se pisan los talones, cada una con sus cosas. Ya acabaron los retos, no existe un espacio que pueda alimentar tales conflictos violentos. Tampoco podemos decir que existe una cooperación. Pura y simplemente se trata de indiferencia mutua, lo que no es nada mal para la calidad de la vida. Pero desde el punto de vista de la calidad de la democracia no es una situación perfecta, una participación común en proyectos ocurre únicamente en Bucarest, con los políticos húngaros.”

Los acontecimientos de hace 20 años, de Targu Mures, son un recuerdo desagradable. Pero hay que hablar sobre estos conflíctos para que la gente y las comunidades piensen muy bien antes de abandonar el diálogo.
 
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